Qué no daríamos por una hora más con quien ya no está, qué no daríamos por no sentirnos ni ser los culpables de su ausencia.

Decisiones

 Cada semana siete amaneceres y sin tener ni idea del por qué de vez en cuando alguno de entre todos ellos me catapulta al pasado, recupero la consciencia entre imágenes y pensamientos sobre personas que están lo suficientemente lejos como para haber traspapelado mi recuerdo. 
 No existe unidad métrica que pueda medir la distancia más trágica entre dos cuerpos y creo que no me equivoco dando por hecho que todos tenemos algo que nos une y nos separa en el tiempo a las personas más insospechadas.


 En una ocasión pedí a una persona fundamental en mi vida que desapareciera, creo que fue la primera y última vez que me obedeció, fíjate hasta que punto que cuando volvimos a coincidir fue en la incineración de mi padre y él era el incinerado.
 Años después fue a mi a quien me lo pidieron y entendí que no cabía más opción que obedecer, a pesar del vértigo y del miedo a que la misma historia se repita, en esta ocasión, para mal o para bien, la petición no la hice yo y esto no es una excusa para mantener callada mi conciencia, toda decisión merece ser respetada del mismo modo que en su día la mía se respetó.


 La parte fea de esta historia es que mi arrepentimiento llegó tarde aunque gracias a ello la lección me la sé de carrerilla, por otro lado no siempre prescindir o ser prescindida es una decisión equivocada.
 La última palabra la tiene el tiempo ¿o no?


 No sé si alguna vez he creído en el orgullo, a día de hoy me parece la mayor excusa de los idiotas.


 Hay que estar loco o ser muy tonto para dar por sentado que mañana seguiremos vivos.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario