Qué no daríamos por una hora más con quien ya no está, qué no daríamos por no sentirnos ni ser los culpables de su ausencia.

En mi zona de sombra

Cuidado con poner tu felicidad en manos de una sóla persona, nadie es tan malo como para merecer romperse de un sólo tropiezo.

 En mitad de los océanos existen zonas donde los radares son incapaces de detectar un avión o un barco, a pesar de los muchos avances tecnológicos y los satélites en el espacio, se llaman zonas de sombra y al igual que el Atlántico, cada uno tenemos la nuestra.
 Ocultamos una parte de nosotros para mantenernos a salvo ante cualquier invasión emocional, es ahí donde soy en mi forma más desconocida y literal, donde si alguien pudiera verme me sonrojaría de inmediato y sin embargo es donde gozo de la libertad más absoluta para esculpir, moldear y crear sin solicitar ningún tipo de permiso ni disculpas tardías.

 Llevo unos días pasando aquí mucho tiempo, quizás demasiado, revolviendo montones, no haciendo más que desordenar. 
 Me gusta mi silencio y recostarme sobre mis recuerdos a contemplar el techo durante horas, sobreponerme al dolor sin necesidad de huir de él, aceptando que de nada sirve arrepentirse por lo que no se puede cambiar.   
 Planifico cosas que nunca pasarán con personas que ya no existen y aunque os sorprenda, nunca estoy tan cuerda como cuando divago entre imposibles ajena a la realidad.

Hay secretos que se tienen con uno mismo y son tan necesarios como la falta de sonido para el silencio.

 Sabed que podría volver con vosotros cuando quisiera pero de momento me quedo un rato más aquí, al menos, hasta que me encuentre la noción del tiempo y logre olvidarse de ti.


No hay comentarios:

Publicar un comentario