Me sorprendo señalando el horizonte y explicándole a un niño que todos esos bloques de pisos que tiene ante él eran los campos de trigo donde yo jugaba al escondite de pequeña.
Definitivamente envejecemos demasiado rápido, no hay nada que te haga sentir más mayor que la niñez ajena o la temprana caducidad de los yogures.
Admiro a los jóvenes de noventa años y su capacidad para comer sin dientes, no hace mucho mantuve una conversación con uno de ellos:
- No pierdas el tiempo ni malgastes esfuerzos intentando anclar los recuerdos, dijo, tu memoria se olvidará de ti mucho antes que tú de ella.
No puedo asegurar cuanto tiempo permanecimos en silencio, él inquieto, tal vez recordando lo que hace mucho creyó haber olvidado o olvidando lo que nunca tuvo voluntad de recordar.
Aproveché su aparente vulnerabilidad para inmiscuirme en sus arrugas, reconociendo en ellas la sabiduría única de los dinosaurios, con un movimiento leve de cabeza que desprendía orgullo y conformidad puso fin al letargo:
- La vejez es un problema para los que consideran la muerte algo personal y hasta mañana una promesa que tarde o temprano todos nos vemos obligados a incumplir.
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