Qué no daríamos por una hora más con quien ya no está, qué no daríamos por no sentirnos ni ser los culpables de su ausencia.

La velocidad del tiempo

El calendario no cuenta con nadie, mitad de octubre y otoño ya nos salpica su fabulosa gama de colores.
Las personas mayores dicen que cuanto más viejo te haces más rápido pasa el tiempo y, aunque me avergüence decírselo, me da miedo comprobar como, hasta en esto, están llenos de razón.
 A determinadas edades, tempranas o tardías, debería estar prohibido pasar revista y hacer recuento del ayer, al menos, hasta que errores y aciertos puedan mirarse desde el mismo escalón de la nostalgia, con los ojos anestesiados de quien recuerda historias con desenlaces indoloros.

Tomamos decisiones cada día, muchas de ellas afectan a otras personas y equivocarse es tan inevitable como acertar.
 Es más fácil encontrar el valor cuanto más altas son las probabilidades de que algo salga bien, lo difícil es conseguir que el porcentaje de acierto se acerque lo más posible al 100%.
 La valentía es intentarlo incluso cuando las matemáticas nos llevan la contraria pero el derecho a tener miedo, a retroceder, a bajarnos del trampolín si consideramos que un palmo de agua no es suficiente para salvar nuestro cuello, nos pertenece a todos por igual y no debe ser motivo de vergüenza.
 Llega un día en que sin esperarlo te das cuenta de que aquel error tan doloroso, aquella cobardía tantas veces reprochada por ti mismo, fue tu mayor acierto y entonces empieza a cobrar sentido lo que antes no lo tenía, aceptas otra perspectiva y entiendes que el paso del tiempo, por veloz que sea, no sólo trae canas y arrugas.

Aprendo a diario sobre todo de desconocidos, personas más mayores de lo que puede que yo llegue a serlo algún día, libros vivos de historia, sabiduría sobre bastones, algunos con goteros y familia, todos con medicación, con heridas cutáneas e internas, destemplados, torpes con recuerdos buenos y malos que les hacen ser, como a todos, quienes y como son, memorias frágiles que darían todo por poder seguir reconociendo ante el espejo su historia, su rostro hasta su último día, hasta el nuestro.



  

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