Qué no daríamos por una hora más con quien ya no está, qué no daríamos por no sentirnos ni ser los culpables de su ausencia.

Benditos pestañeos

 Hay noches, no sé si por cansancio o aburrimiento, que se resumen en un pestañeo, en las que duermes tan profundo que el sonido del despertador parece una broma pesada, alguno de mis últimos años podría resumirlos así: un fugaz pestañeo.
  
 Hoy al abrir los ojos has aparecido al otro lado de la calle, por sorpresa, tras una cámara de fotos tan antigua como el tiempo asoma tu ojo guiñado, media nariz y una sonrisa de cuento, coincides sin saberlo con Andrea Motis, ella desde mis cascos y tú desde el descaro impregnáis la ciudad de un Jazz con olor a tabaco de los bajos barrios norteamericanos, humo espeso en blanco y negro.

El rojo de tus labios inmola la realidad o lo que quedaba de ella, me debato entre dos ideas: si te ríes conmigo o de mi, opto por echarlo a suertes y con la torpeza agudizada por la prisa busco una moneda en cualquiera de mis bolsillos, entre caras y cruces un flash enciende la noche, me secuestra sin rescate en tu objetivo y tras una sonora carcajada tu rostro al desnudo convierte esa cámara en el mejor zulo conocido, cómodo, cálido y pausado, me invade una alegría incontenible por haberme cruzado hoy en tu camino.

  Presiento que al despertador hoy lo despertamos nosotras.

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