Qué no daríamos por una hora más con quien ya no está, qué no daríamos por no sentirnos ni ser los culpables de su ausencia.

Ñoñerias

Ni siquiera el silencio es buen escondite, de nada sirve correr, crearse otra identidad o simular que no ha ocurrido, cuando algo es tan importante como para doler y acaba por hacerlo no existe otra escapatoria que la superación aunque ello suponga más dolor gratuito y dejar de ser el mismo.

Desde hace unos días septiembre se reduce a mucho calor, coches peleándose por un sitio entre tanto asfalto y niños desilusionados en la puerta del colegio con la lección bien aprendida: la diversión se limita al primer día.
 Somos ingenuos desde pequeños, inocentes, entusiastas con un temor: el miedo a lo desconocido.
 Cuando las piernas aun te cuelgan al borde de la cama no hay bicho lo suficientemente feo ni muro lo bastante alto, con cada cumpleaños un pedacito de ese valor se consumió como por arte de mágia, empezó a darme miedo crecer y comprendí que no quedaba en mi ni un sólo gramo de valentía.
Dejé la escalada y los insectos para otros, espere sin saber qué, me tapé los ojos y los oídos, mantuve la cara y las manos limpias, relajé los musculos y contra todos mis miedos y pronósticos me enamoré por primera vez.

Ponernos en peligro, jugarnos el pellejo, atreverse a sentir tiene un mérito incalculable y demuestra una valentía sobrehumana, nos devuelve a nuestro primer recreo, nos hace creernos invencibles, a veces, incluso serlo.

1 comentario:

  1. Tú me haces ser valiente...
    Gracias por creer en mi y por creer en ésto.

    ResponderEliminar