Qué no daríamos por una hora más con quien ya no está, qué no daríamos por no sentirnos ni ser los culpables de su ausencia.

Hay cosas que nisiquiera el tiempo cura

 ¿Qué haces cuando sientes que la guerra en la que llevas luchando años únicamente es tú muerte anunciada, cuando te faltan ganas de tener ganas para seguir combatiendo y tu único adversario te va ganando terreno por el simple hecho de no entregar el suyo?
 Las guerras no son buenas para nadie, todos salimos perdiendo pero a veces un pañuelo blanco no basta para rendirse, sobre todo cuando al otro lado de la línea de fuego esta tu madre y no parece importarle las bajas que se produzcan en tu bando, es duro no luchar por defender quien eres pero es más duro aun rendirse ante la evidencia y darlo todo por perdido.
Un buen día aprendes que esquivar sus ataques es una utopía porque la única forma de hacerlo es dejando de sentir y para esa lección no tubo tiempo, crees haberlo hecho todo y todo ha servido para nada, seis años de lucha para llegar a la conclusión de que no habrá final, no habrá época de paz ni alguien que sobrevuele el lugar de la batalla, que aprecie realmente los daños y sienta que mereció la pena, que aguantar fue duro pero compensó porque a mi no me compensa.
Hoy ya no puedo más, entrego mis armas, si es que alguna vez las tuve, ni siquiera puedo decir que me rindo porque ha arrasado con todo y no reconocérselo pondría en evidencia mi mal perder, lo más curioso es que para ella mi mayor delito es querer a otra mujer ¿para mi? mi delito fue decírselo, al principio con la absurda ilusión de tener su cariño, desistí y busqué su apoyo sustituyéndolo con el tiempo por algo de respeto y fracasando uno tras otro.

 Mañana será otro día y alguien me recordará la suerte que tengo por tener una madre tan curranta, yo sonreiré y me sentiré orgullosa de alguien que no se merece ni siquiera que escriba sobre ella.

No hay comentarios:

Publicar un comentario