Qué no daríamos por una hora más con quien ya no está, qué no daríamos por no sentirnos ni ser los culpables de su ausencia.

Abracadabra

  Ha llegado un nuevo espectáculo de magia a la ciudad.
 Siempre he creído que lo mejor del truco es cuando termina, generalmente todos intentamos averiguar cómo lo ha podido hacer, rebobinamos cada movimiento hecho por sus manos, los revisamos a cámara lenta, incluso desde diferentes ángulos.
 Nos rendimos rápido y con asombro empezamos a barajar la idea de que pueda ser posible, tal vez no sea una locura tan grande pensar que hay cosas que carecen de explicación, es entonces cuando llegan los aplausos, toca levantarse y dejar de creer.

Finalizado el espectáculo algo me mantiene sentada, espero a que salga todo el mundo y me sumerjo en mi subconsciente contigo, sin autocensuras, sin razonamientos lógicos, con la ilusión de quien cree posible lo imposible, con la sabiduría de un mago y la inocencia de un niño.

Sé que tarde o temprano tendré que salir del teatro y deberé hacerlo sin ti, te devolveré a la chistera a la que perteneces, cogeré la barita y pronunciaré: "abracadabra" pero al revés, el público aplaudirá y tras unos minutos ensordecedores el patio de butacas se vaciará, espera, parece...no, no puede ser, hay alguien sentado, ha decidido quedarse para creer un rato más, consciente tal vez, de que la realidad no respeta a nadie y tú no ibas a ser la excepción.
                      

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