Qué no daríamos por una hora más con quien ya no está, qué no daríamos por no sentirnos ni ser los culpables de su ausencia.

Errores

Nadie nos enseña a querer, no hay una guía de a quien debemos, como o hasta cuando, nos sueltan al mundo rodeados de gente a la que tarde o temprano, en diferente medida, vamos a querer y no hay manera de evitarlo.

 Nos equibocamos, a veces sin saberlo cometemos errores que conllevan un daño irreparable, errores para los que la única solución es que nunca hubiesen ocurrido porque una vez cometidos las consecuencias son imparables, los peores son los que se hacen con premeditación y alevosía, los que se puede oír, paralelo en el tiempo, como otras persona se rompen por dentro, con su culminación, el daño, sólo acaba de nacer y premonitoriamente nunca morirá.

Algunos de todos estos errores son mios, unos sufridos y otros cometidos, los de segunda clase, los peores, he intentado evitarlos en todo momento, espero haberlo conseguido y no por mi.
 Mentiría si dijese que duelen más los cometidos que los sufridos, mentiría también si dijese que ojos que no ven corazón que no siente pero mentiría sobre todo si dijese que cuando perdono, olvido, porque hay errores que nunca, por mucho tiempo y distancia que medie, dejan de doler.

 Hubo un tiempo que llegué a creer que el truco estaba en evitar todo lo que pudiese recordármelos, tarde poco en aprender que el dolor no funciona de esa manera pero aun no he conseguido responderle de otro modo, 
quizás porque no sé,
quizás porque no puedo,
quizás porque mis errores son tan mios como mi propio dolor y nadie puede huir de si mismo.

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