Qué no daríamos por una hora más con quien ya no está, qué no daríamos por no sentirnos ni ser los culpables de su ausencia.

Tumbada giro la cabeza a mi derecha, puerta de madera dos rayas finas la atraviesan horizontalmente, casi nueva, picaporte dorado.
Redirecciono la mirada, techo blanco, gotelé, última mano de pintura: unos años, distancia del suelo: unos metros.
Izquierda: mesa blanca con tonos azules, restaurada y pintada a mano, lámpara de puticlub y despertador virgen, tres años con él y aun no ha sonado.
Tanteo la mesa en busca de la hora, la encuentro, maldigo todo lo que conozco y dejo el rencor entre sábanas, mirada al frente y pies al suelo.
A por ellos.

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