Qué no daríamos por una hora más con quien ya no está, qué no daríamos por no sentirnos ni ser los culpables de su ausencia.

¿Algún dia?


Tus ojos salvajes escondidos tras un pañuelo en el coche, tus nervios y tu boca sin dejar de sonreir sacan de mi la cara más tonta, suerte que no me ves porque si supieras que a lo que menos atención presto es a la carretera te pondrías encantadoremente histérica e intentarias morderme el hombro, llegarías a amenazarme con bajarte del coche en marcha y yo lo detendría a un lado de la calzada para demostrarte, entre risas, que tienes tantas ganas como yo de abandonar ese momento.
Pataleas porque has oido el silencio del motor ya apagado, bajo deprisa para abrirte la puerta antes de que lo hagas tú, te ayudo a bajar, subimos un tramo de escaleras y desde la primera hasta la última no dejo de mirarte, paramos, los nervios se apoderan de mi y escuchas unas llaves caer a el suelo, como si me vieses murmuras: patosa y yo sonrio, consigo abrir, andamos, según tus cuentas nueve pasos, según las mias ocho, cruzamos una segunda puerta...

Con sumo cuidado desabrocho los botones de tu camisa, tiemblas, la sustituyo por algo más cómodo, tras ella bajan tus pantalones y vuelan tus tacones, dejas al descubierto tus ojos ignorando que la luz ha estado apagada desde que hemos entrado, tomas aire, me abrazas, lo sueltas,
estamos en casa y sobre la cama mi voz acude a tu oido...

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