Qué no daríamos por una hora más con quien ya no está, qué no daríamos por no sentirnos ni ser los culpables de su ausencia.

Cuestión de tiempo

El miedo incontenible a un daño irreparable nos convierte en torpes, en simples pedazos de carne esperando el momento, llegamos a desear que pase cuanto antes, que nos alcance el dolor pero que venga de frente, no somos tan fuertes para evitar que nos golpee pero creemos que si lo vemos venir y nos apartamos un mm del camino conseguiremos no caernos.

¿Cuestión de suerte?
Auto engaño diría yo, una vez que estas en la trayectoria da igual cuanto te muevas, las veces que te agaches o los saltos mortales que realices, da igual si viene de frente o por el lateral, nunca lo verás venir y aunque otros digan o piensen que ellos lo habrían evitado todos sabemos que no es cierto porque todos hemos caído.
Las primeras veces pones las manos para salvaguardar el resto pero con el tiempo el daño físico pierde su importancia, te levantas como puedes con la firme intención de no repetir los mismos errores, algo tan inútil como su resultado.

Una persona sin miedo es algo antinatural y el dolor inevitable pero si hay algo que he aprendido es que el tiempo que tardes en levantarte será proporcional a la importancia de la persona que te haya tumbado.
Sólo es cuestión de tiempo.

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